Amor helado

Era una noche de verano santiaguina de 1983 y Mateo Rossi volvía a casa en su Fiat 600. Como todos los días, se lo había pasado trabajando en el laboratorio, y como todos los días de verano, volvía a casa manejando con las ventanas abajo. Mateo trabajaba en la facultad de ciencias y era un experto en hongos psicrófilos, más precisamente en Geomyces pannorum. Había pasado varios años especializándose en Suiza y recorriendo el mundo disertando en conferencias. Los inviernos se los dedicaba a La Patagonia, donde investigaba y descansaba. Esa era su vida, y no había cambiado mucho en los últimos veinte años. En casa, lo esperaban para cenar su mujer y sus hijas. Eran casi las nueve, hora en la que empezaba el toque. Sentados ya en la mesa, los esperaba un plato de tagliatelle ai funghi, una coincidencia estaba de más. En el comedor se escuchaba el resonar de los cubiertos y la radio prendida de fondo, sintonizando la radio de carabineros. “Papá, no lo vas a creer”, empezó diciendo Nina, su hija mayor, hablando a la velocidad con que lo hacen los adolescentes. “¡Hoy descubrimos que Simón no solo salía con Rosa, también con Tatiana! Después de la clase de historia salimos al patio con la Rosa y la Antonia Ramirez, que su casillero está al lado del casillero de la Tatiana, vio al Simón dejarle una carta adentro. A la Antonia le cae mal la Tatiana – yo creo que es porque a la Antonia le gusta el Simón también – pero es amiga de la Rosa – aunque la Rosa sea la polola del Simón – entonces cuando el Simón se había ido, la Antonia abrió el casillero de la Tati y le llevó la carta a la Rosa”. Mateo miraba su plato mientras giraba el tenedor para atrapar los tagliatelle y las palabras de Nina con el ruido de la radio entraban en su cabeza pero no lograban interrumpir sus pensamientos, que solo se atenían a cuestiones relacionadas con el laboratorio. Nina, sin tomar respiro alguno, continuaba: “!Era una carta por motivo de su cumpleaños! la Rosa al principio se había enojado y se puso a llorar un poco, pero cuando comenzamos a leer la carta la Rosita estaba muerta de la risa, porque le decía puras cosas cursi que también le había dicho a ella, pero además nos dimos cuenta de todas las faltas de ortografía que tenía y ahí fue cuando la Rosa dijo en voz alta –” Mateo de pronto, puso toda su atención en el anuncio que daban en la radio. Se levantó para subir el volumen, y escuchó las palabras del coronel, que repetía el mensaje: “Atención: corte de suministro eléctrico en Avenida Grecia, entre Avenida Tobalaba y Vicuña Mackenna”. Esto, en el mundo de Mateo, significaba solo una cosa: La universidad se quedaba sin electricidad, y los hongos sin refrigeración, lo que ponía en peligro las condiciones ambientales de sus Geomyces y, en consecuencia, el trabajo realizado durante todo el año. Con una servilleta aún en sus manos y con Nina quejándose de la falta de atención, Mateo salió tan rápido como pudo de casa y se subió en su Fiat 600 rumbo a la universidad. Eran las 20:50. Las calles a esa hora estaban vacías, y todos los conductores que circulaban al filo de la hora, se sentían cómplices. Mateo fue diligente: no había luz roja que respetar para llegar antes de las nueve a la universidad. Una vez ahí, entró por la puerta sur, que daba al estacionamiento del laboratorio, subió las escaleras, tomó las 3 gradillas y las cargó en el asiento delantero de su Fiat. Con las ventanas abajo, agitaba la servilleta bien alto y manejaba con los intermitentes encendidos y a la velocidad más rápida que no generara sospechas, por si un retén de carabineros se asomaba. El corazón le estallaba. Eran pasadas las nueve y lo único que se escuchaba en las calles era el ladrido de los perros. Pensó que el Frente podía estar detrás del apagón. “Cobardes” fue lo que pensó y fue esta la primera vez que concibió a la Ciencia como un acto de rebeldía. Al llegar a casa, helado a pesar de la temperatura, vio que la puerta estaba abierta y se apuró en tomar las muestras y llevarlas a la cocina. Ahí lo esperaban su mujer y sus hijas, que se habían ocupado de vaciar el congelador. “Te demorabas un minuto más y era yo la que salía a matarte” le dijo su mujer, que apuntó al freezer y agregó “es solo hasta que vuelva la energía”. Mateo, que poco a poco dejaba de temblar, cerró la puerta del refri y se dirigió a Nina “Entonces ¿qué era lo que Rosa estaba por decir?” Nina, que no esperaba esa pregunta de su padre, le contestó con una sonrisita: “Dijo: que huevón más retardado”.